Ah, el futuro.
Si tanto cuesta acomodar el pasado, que vive en los ambientes inmensos de la memoria, qué podríamos pensar del futuro, que es una mezcla de azar y error y, en menor medida, voluntades y sueños.
2010 fue un año bueno para mí, realicé varias cosas, evidentemente no están aquí, pero no fueron estos menesteres los que me tuvieron alejado de la publicación online; a veces siento que un blog es una gran pelotudez, sobre todo cuando no tiene ninguna finalidad, salvo que en los comentarios te digan «que lindo!» o «que forro». Hace varios años, escribir y dibujar eran una necesidad incontrolable y tenía blog, publicaba en revistas, era una máquina plasmatoria (bah, no tanto), teniendo en cuenta que trabajaba en el mercado editorial; llegaba a casa del trabajo o el estudio y me ponía a dibujar, a escribir. Aquella mujer me cebaba un mate y en el cuartito de arriba, arsenal de creaciones, me quedaba por la noche viviendo la aventura de inventar sin ningún objeto, solo con el placer de hacerlo.
Luego vinieron tiempos de soledad absoluta, de confusión, de fiestas con globos y gordos roncos sentados en ronda, contando historias marginales; y ahí yo, la ñata contra el vidrio aunque estuviera del lado de adentro, un fernet en mano y sin poder hablar. Huyendo de la voz del interior (los del diario me perseguían por una deuda muy grande). Quería huir de esa conversación conmigo mismo porque necesitaba hablar con alguien. En esos momentos la vida se convierte en una road movie de retardados; cada charla era como una enseñanza de vida, con el aura mística de algo irrepetible que se encuentra en un camino, pero a poco de haber comenzado me daba cuenta que eramos un par de tontos echándole la culpa a algo o alguien, buscando un compañero para atravesar la noche sin estar tan solos. ¿Porqué mejor no nos íbamos a dormir? La diferencia entre estar un poco loco y tener miedo a la soledad es que tu verborragia rebota contra la pared o contra oídos sordos.
Empecé a querer recuperar la mañana. Volví a tener novias para amar. Me metía en cursos, conseguía trabajos. Pero no podía volver. Era como un fantasma con vacaciones, siempre al final me volvía a vestir de sábana; y en algún momento me hacía invisible y caminaba por el borde de las cosas, sin poder amar, ni participar, ni hacer. Y partir en silencio, pateando latas de RedBull entre el humo negro de los coches de Palermo, arando adoquines con música de fiesta.
Silbar en la vuelta, competirle al zorzal, caminar por el pasillo azul madrugada y las paredes descascaradas de tiempo hasta la puerta de lata de la vieja casa. Y desplomarme pensando si valía la pena estar muriendo así, con el yunque hundiendo el corazón en el pasado.
Luego empecé a comer cereales en el desayuno, a aprender a elegir frutas en la verdulería del boliviano, a dejar que las plantas de un vecino me invadan el patio. Estas cosas me hacen pensar que el futuro es posible. Dejé de pensar en pasado mañana. Ahora estoy mas con la onda de asado mañana. Hoy, verdura.
Parece que el 2011 es algo así como el futuro.
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